Mi mejor experiencia culinaria ha sucedido el día de ayer, sábado tres de febrero, en un restaurante de Paseo Cayalá llamado Quintana Bistrot.
Todo empezó porque un amigo nos sugirió ir por el trato personal que te daban y la delicia de comida que probó. Pues, decidimos ir y no hay momento del que me pueda arrepentir.
Este restaurante está dirigido por el chef Alex Quintana el cual nos contaba que había estudiado arquitectura, pero siempre supo que cocinar era su pasión y que aprendió con su bis abuela, aparte de haber estudiado en Francia.
Cuando me senté lo primero que noté fue un gran mapa en la pared que estaba rodeado de nombre de platillos que existen en todo el mundo. Supuse que la idea del restaurante era recopilar recetas internacionales, pero me di cuenta de que en el menú los platos no eran de un lugar en específico, en cambio, los ingredientes eran los que podían ser identificados de diferentes partes del mundo y combinados le daban nombre a cada plato.
Empezamos a ver las opciones que ofrecían y el mesero seguramente vio nuestra cara de confusión y por lo tanto nos contó de una modalidad que ofrecía el restaurante para salir satisfecho con lo que se comía. Decidimos aceptar su sugerencia.
Consistía en lo siguiente: primero nos darían a oler una infusión que tenía el propósito de hacernos darnos cuenta del por qué no nos gustan ciertos alimentos. Lo primero que se me vino a la mente fue la zanahoria; no me gusta porque me obligaban a comerla y resultaba un momento desagradable para mí.
La infusión también tenía la intención de traer a la memoria recuerdos de comida que ha dejado marcada nuestras vidas. En mi caso me recordé de unas pajías de miel que compraba en la tienda de mi colegio cuando tenía diez años, eran deliciosas.
El siguiente paso era sacar la toalla que se encontraba dentro de la infusión y colocarla en el hueso que se encuentra detrás del cuello para relajarse.
Luego extendimos la toalla y nos la pusimos en la cara con el propósito de refrescar la mente con esos recuerdos.
Cuando terminé esta primera parte me sentí feliz, no sé por qué, quizá por haberme recordado de esas comidas que siempre me han gustado.
En la siguiente parte nos pasaron un “tiradito” que consiste en cinco cucharas que contienen distintas combinaciones de ingredientes.
De las cinco dos fueron mis favoritas, una que contenía jamón ahumado con alfalfa y una salsa y el otro era humus con un salchichón de cordero.
Al tener mi decisión el chef realiza un análisis en base a los ingredientes que más me gustaron para ver qué platillo sería de mi parecer y por lo tanto me sugirió tres.  
El que elegí fue un cordero con una salsa guatemalteca de “Kak’ik” más un puré hecho en casa con queso parmesano y espárragos asados.
El chef nos sugirió que, al ser familia y estar en confianza, nos pasaran los platos, uno por uno para probar los cuatro seleccionados. “Como un fashion show” le llamó Quintana.
Así fue como sucedió. Mi plato fue el último y definitivamente ha sido mi favorito.
Nos sugirió que al momento de probar cada bocado cerráramos los ojos y lo oliéramos, “como en la película de Ratatouille de Disney” le llamó él. 
Así fue como lo hice, y evidentemente sí se puede sentir la explosión de sabores dentro de tu boca. Es increíble, siempre creí que eso era parte de la película y que era fantasía.
Quedé satisfecha con este restaurante porque su propósito se cumple: dar a cada persona el platillo que mejor va con sus gustos, personalidad y humor, en vez de servir de manera comercial y dejarse llevar por el platillo más famoso del lugar.
Cien porciento recomendado.
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