“Nuevo año, nueva yo”. Cuatro palabras en las que no estoy de acuerdo. El año comienza el primero de enero, pero eso no significa que me despierto y soy una nueva persona. La frase debería de ser: “nuevo año, nueva oportunidad de ser mejor” ¿Por qué? Porque comemos doce uvas y buscamos nuestros propósitos, pero en ese momento se nos acaban las ideas y después de un rato ya se nos olvidó el plan soñado que teníamos para el nuevo año.
Por eso el 31 de diciembre de 2017 decidí agregar algo más a mi tradición y por lo tanto me senté alrededor de media hora en mi alfombra y comencé a escribir todo lo que me define. Llegué a 120 datos sobre mí y luego de darme cuenta quién soy y qué quiero escribí 33 propósitos para el 2018.
Antes de que llegaran las doce me senté en una silla junto a la puerta de salida y me quedé contemplando lo que más me importa: mi familia. Los tres estaban riendo y quemando estrellitas y en ese momento me llené de un sentimiento increíble: alegría.
Me di cuenta de que el 2018 me estaba recibiendo con el sentimiento que más quiero y también con ganas de ser mejor persona, de ser una mejor versión de mí.
El primero de enero me desperté pensando en cómo quería que fuera este año nuevo. Por mi cabeza rondaron muchas ideas, pero llegué a la conclusión de que este año quiero vivir cada día como si fuera el último de mi vida. Se que suena cliché decir esto, pero no me había puesto a pensar lo dichosa que soy de despertarme, de sentir el sol por la mañana, de molestarme porque ha sonado la alarma.
En lo que ha pasado del año, he aprendido algo sumamente importante: cada día que pasa la frase: “nuevo año, nueva yo”, se convierte en: “nuevo día, nueva vía”. ¿Por qué vía? No es porque rimaba, sino porque cada día se nos presenta la oportunidad de elegir qué hacer o no hacer, a dónde ir, con quién sonreír, y por lo tanto elegimos el camino que queremos.
Por ejemplo, el primer día de universidad me levanté con la decisión de ir. No sabía que me esperaba, pero hubiera podido elegir otro camino como quedarme durmiendo o ser una cobarde y huir por tener miedo a comenzar algo nuevo.
Cada día que pasa me levanto diferente. Es mentira que existe una rutina, todas las mañanas tengo algo que hacer diferente, como guardar mi computadora en la mochila, o elegir lo que me voy a poner porque lo he olvidado el día anterior.
A esto prefiero llamarlo una aventura, porque no sabes si te vas a encontrar un accidente en la calle y los nervios te van a comer por llegar tarde, o si te ha dado tiempo de probar una nueva receta de smoothie y te vas a dar cuenta si es lo que quieres desayunar por el resto de tus días.
No podemos estar seguros de lo que va a pasar, pero si de algo estoy segura es que hay que despertarse pensando en aquellos propósitos que hemos puesto el 31 de diciembre y buscar cómo ese día puede ser de provecho para llegar más cerca de cumplirlos.
Mi recomendación número uno en este nuevo año es vivir cada día como una experiencia increíble; escuchar nueva música, no la de siempre, probar aquel pastel de chocolate que saboreas cada vez que pasas en frente, o incluso atreverse a hablar con aquella persona que te llama tanto la atención.
Nadie sabe si mañana podremos hacer todas esas cosas que nos gustan o nos ofuscan.