Me encanta ver que la gente disfrute los viajes que realiza, me encanta que los presuman y me cuenten de ellos porque esto dice mucho de la persona que ellos son.
Un sábado mi tío llego a mi casa super emocionado porque había regresado de visitar a mis primos en Francia y traía una presentación de fotos de todo lo que había visitado.
Visitaron Marsella, Paris y Lion. Yo no hablaré del viaje, si no dé la impresión que me dejó mi tío.
Él describía cada foto como si estuviera parado allí mismo. Nos daba fechas de construcción de las catedrales, nombres de platos que nunca había probado, incluso un tipo de música que escuchó en un bar.
Apareció una foto de las catacumbas de Paris y nos dio tal explicación de ellas que hasta me pude imaginar los tiempos en que fueron construidas, incluso me imaginé el olor que se debía de sentir allí dentro.
Tal fue su emoción del viaje que pasamos un poco más de una hora viendo fotos, haciendo preguntas y escuchando historias super interesantes de estos lugares mágicos que visitaron.
Mi mamá siempre me dice: un viaje se vive tres veces, cuando lo planeas, cuando lo vives y cuando lo cuentas.
En esta ocasión mi tío me demostró que lo que mi mamá me dice es muy cierto, la emoción y la alegría que el me mostró me dejó claro que un viaje es una experiencia única y que todos la viven diferente.
Porque si uno de mis primos me llegara a explicar las fotos, probablemente la conversación sería otra cosa porque cada uno se fija en algo diferente, o le da ilusión algo distinto.
De esa tarde aprendí que la próxima vez que realice un viaje, tomaré fotos a monumentos, platillos o cosas que me llamen la atención, que sí lleguen a tener un gran significado para mí, en vez de tomar miles de fotografías sin sentido a edificios que no tengo ni la idea de cómo se llaman o de cuándo fueron construidos.
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